«Desde la ignorancia» Mi experiencia con la lactancia materna

Todavía recuerdo cuando, estando embarazada del mayor, alguien me preguntó si le daría el pecho. Mi respuesta fue:

Bueno, si puedo, sí. Pero vamos, que si no, no pasa nada

Y recuerdo mas cosas. Recuerdo que incluso mucho antes de conocer a mi marido iba diciendo, cuando la ocasión lo requería, que el biberón y la teta “eran lo mismo. O cuando una amiga me comentó que otra estaba dando pecho a su niña de YA dos años y yo puse cara de “¡qué fuerte!!!!!” Y, si me voy más atrás en mi memoria, me veo a mí misma dando biberón a mis muñecas. ¿Os acordáis de aquellos biberones mágicos con un líquido blanco como la leche, que desaparecía cuando alimentabas a la muñeca? Pues de esos tuve varios. Y recuerdo cuando un día cualquiera de mi infancia, trasteando en unos armarios, descubrí una caja llena de biberones y tetinas que había utilizado yo de bebé. Y recuerdo haber olido el olor del latex de las tetinas y pensar que me encantaba y que tenía ganas de ser yo la que diera el biberón a mi bebé.

‘La normalización del dolor es una interferencia para una lactancia exitosa’

Sigo recordando y me vienen a la memoria las imágenes de mí misma con 10 años dando el biberón cada noche al hijo de 6 meses de mi primo. Aquello fue durante unas vacaciones de verano. Su madre le había dado teta sólo dos meses, como entonces estaba establecido. Ni un día más.

Así que con estos recuerdos os podéis hacer una idea de la ignorancia con la que me enfrenté al primer día que tuve mi bebé en brazos. Tanta ignorancia que lo último que se me ocurrió fue darle el pecho.

Y así mi pequeño, agotado por un parto largo y difícil y tras recibir las consabidas dosis de epidural y oxitocina sintética, pasó el primer día durmiendo en su capacito hospitalario de metacrilato, lejos de los doloridos pechos de mamá. Y yo pasé ese primer día temiendo el momento en el que me lo pondrían al pecho.

Porque no sabía,  me dolían tanto las tetas que no me imaginaba al niño enganchado, tenía miedo.

El momento llegó y fue doloroso. Pero “es normal”, me dijeron. Siguieron las tomas y siguió siendo doloroso. Pero “es normal”, me repitieron. Mis pechos duros y congestionados, mi niño casi siempre en el capacito, su boquita con su lengua mal puesta en mi pezón.

Así no está mamando, ponlo así”…… “ahora parece que sí

Pero ahora me duele mucho

Es normal

No menos de dos horas entre tomas, para que haga bien la digestión”

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Y mi pecho duro como dos piedras volcánicas, rebosante de leche, mientras mi hijo esperaba llorando en brazos de mi madre o mi de marido a que pasaran las dos horas.

Seis días después de parir me subió la fiebre. No demasiado. Me pusieron emplastes de requesón frío en el pecho. Me bajó la fiebre y para casa.

Los días siguientes los recuerdo como en una nebulosa de dolor, de aprensión y de miedo. Miedo por las tomas, dolor en las tomas. Pero … es “lo normal” ¿no?

El día que estalló todo yo estaba sentada en un sillón del salón con el bebé en brazos para darle de mamar. Me sentía terriblemente mal. Me levanté la camiseta, enganché al niño. El dolor me atravesó como una espada. Me eché a llorar. Mi padre se levantó y se fue. “No puedo verla así”. Mi madre preocupada me trajo el termómetro. Tenía 40ºC de fiebre. Llamamos a la comadrona.

Mastitis.

Mi marido fue enviado a comprar leche de fórmula a la farmacia más grande de la ciudad a comprar la mejor leche de formula para bebés. La comadrona me trajo el antibiótico y una bomba para sacarme leche. Yo estaba tumbada y no me podía ni incorporar sin marearme. Entonces vi el biberón, con la “mejor” leche infantil del mercado y algo se me revolvió. Algo dentro de mí me gritó: “¡NO!!!!! ¡No le des eso a mi hijo!!!!! ¡NO QUIERO!

Pero me convencieron. La comadrona, mi madre, mi marido y la mastitis:Tú no estás en condiciones. Relájate. Por unos biberones no pasa nada

Me convencí. No pasa nada por un biberón, ni dos, ni tres, ni veinte. No pasa nada.

Pero la parte de mí que me decía, bajito, “sí pasa” me impulsó a no dejar de intentarlo. A seguir con mi lactancia. Una lactancia que a pesar de lo dolorosa que me resultaba era efectiva, porque mi hijo crecía de maravilla. Menos mal. Si además de lidiar con el dolor hubiera tenido que lidiar con las curvas de crecimiento, estoy segura de que hubiera perdido la batalla.

Pero no lo niego: fue difícil. Porque si hubo una constante en este puerperio fue, sin duda alguna, el dolor en el pecho. Continuo, a veces insoportable, a veces más suavito, pero siempre presente. Dolor al dar de mamar, dolor al rozarme la ropa, dolor al tumbarme según en qué posturas, dolor incluso con el agua de la ducha. Los pezones rojos y agrietados, de vez en cuando con ampollitas. Zonas endurecidas, momentos del día en los que parecía que me iban a reventar.

A partir del mes y medio, aproximadamente, el dolor cedió considerablemente y los problemas en los pezones también. Yo empezaba a soltarme, a dejarme llevar. Las dos horas mínimas entre tomas pasaron a la historia.  Menos mal.

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Las que no pasaron a la historia fueron las mastitis. A partir de ese momento me acompañarían regularmente, en especial en las épocas más estresantes. Si nos íbamos de viaje, fijo cogería una mastitis. Si el niño se ponía malito, antes o después caería con mastitis. Como en mi infancia fueron las anginas, ahora tenía las mastitis. Acepte este hecho como inevitable y ni uno de los profesionales de la medicina que me atendieron en las múltiples infecciones de mi pecho propuso profundizar en el problema para encontrar una solución.

La única solución que me propusieron unos años más tarde, cuando mi tercer hijo había cumplido un añito, fue: destetar.

Y esta solución me la ofreció una ginecóloga especializada en el pecho de la mujer. Sólo trabaja con el pecho. Acudí a su consulta porque me notaba un bultito (soy muy aprensiva) y ya de paso le comenté esta tendencia tan fastidiosa a sufrir de mastitis.

Desteta

Fue su solución. Su única solución. La solución de una profesional que sólo ve, analiza, estudia y diagnostica enfermedades de las glándulas mamarias.

Y yo me pregunté: a parte de las neoplasias malignas y benignas ¿Qué otras patologías puede sufrir el pecho de una mujer si no mastitis? Y una profesional especializada en este órgano ¿No tiene una solución mejor frente a una de sus tres patologías principales, la cual es perfectamente controlable si se analiza y se busca su origen? Porque en ningún momento me propuso ver cómo mamaba mi hijo, ver cómo estaban mis pezones o hacer un cultivo de mi leche la próxima vez que sufriera una infección. Nada me dijo de los estudios sobre los tratamientos con probióticos y su influencia en la flora bacteriana de la leche humana, por ejemplo, posiblemente porque nada sabía sobre el tema. De todo esto me enteraría yo más tarde-, buscando bibliografía en el PubMed [1]y acudiendo a congresos de lactancia. Pero, por lo que parece, una ginecóloga especializada en el pecho de la mujer no sabía nada. O sea, una ginecóloga especializada en las glándulas mamarias no sabía nada de patologías relacionadas con la lactancia.

‘La única solución propuesta por la ginecóloga especialista fue destetar’

¿Soy rara por parecerme absolutamente surrealista esta situación?

Menos mal que otras disciplinas como la cardiología o la neurología abordan de manera radicalmente diferente las patologías funcionales del corazón o del cerebro, porque si su sugerencia fuera que dejen de utilizarlos a la menor complicación…

Pero volviendo a mi visita a la especialista del pecho, lo cierto es que para ese momento el asunto lo tenía ya bastante controlado porque gracias a mi preparación como monitora de la Liga de la Leche creía tener identificado el origen del problema: mis hijos no acababan de agarrarse perfectamente al pezón – posiblemente por un caso de anquiloglosia que el pediatra nunca llegó a identificar, ya que la postura en principio parecía correcta –  y este se quedaba comprimido en sus bocas de forma que me lo dejaban en forma de “lápiz de labios” y muy blanco, con la superficie erosionada debido al roce continuo con sus lenguas. Esta erosión continua facilitaba la entrada de bacterias patógenas, lo que posiblemente hacía que en los momentos estresante en los que mi sistema inmune se resentía, se desarrollara la temida infección.

 

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Esta situación era especialmente crítica durante el primer mes y medio de vida del bebé, en la que el dolor era agudo e insoportable en muchas de las tomas y yo andaba con la lanolina de aquí para allá intentando controlar las temidísimas grietas. Posiblemente el diminuto tamaño de la boca de mis hijos recién nacidos hacía que el problema se manifestara en todo su esplendor en ese periodo. Pero a partir de entonces, a medida que el bebé iba creciendo, la situación mejoraba y, aunque la posición de sus lenguas nunca fue perfecta con ninguno de los tres, la situación se hacía perfectamente soportable hasta el punto de disfrutar de una lactancia prolongada relativamente placentera. Sólo ocasionalmente, sobretodo si el niño que mamaba se ponía malito, volvían a aparecer las grietas y, con ellas, las infecciones más o menos fuertes. Aprendí a controlar las mastitis suaves aplicando calor y vaciando todo lo posible la zona afectada del pecho enfermo. Pero frente a las fuertes, las que me ponían a 40 de fiebre y que han ocurrido en 3 o 4 ocasiones, no tuve más remedio que recurrir al antibiótico de rigor.

A día de hoy veo muy claras las causas que causaron dolor y dificultad en mis lactancias. La fundamental y más evitable fueron los consejos absurdos y erróneos del personal sanitario: esas 2 horas mínimas entre tomas y esa normalización del dolor fueron los dos puntos clave. Por una lado, al imponerme este ridículo tiempo mínimo entre tomas me obligaron a no escuchar las señales de mi hijo (su llanto e inquietud) y las mías propias (mis pechos congestionados), contribuyendo así a dificultarme, todavía más, esta sincronización tan necesaria entre madre y bebé para que la maternidad fluya con placer.

‘La imposición de un tiempo mínimo entre tomas dificulta la sincronía entre la madre y el bebé’

Y digo “todavía más” porque en esta sociedad en la que vivimos – en la que la ciencia, por fin, empieza a demostrar la importancia del contacto entre la madre y el bebé para que se active todo el arsenal biológico que la naturaleza tiene preparado para que la madre atienda correctamente las necesidades de su hijo – ya tenemos suficientes trabas para el desarrollo de esta importante sincronización que permite, entre otras cosas, el desarrollo y establecimiento de una lactancia placentera. El miedo al colecho; el miedo a que se acostumbre a los brazos; la presencia de artefactos varios como los cochecitos de último diseño, las hamaquitas vibradoras, los móviles de cuna con sus variadas luces y musiquitas; la incorporación a un mundo laboral que te obliga a separarte de tu hijo; la suegra, vecina o cuñada que te visita para cogerte al bebé (en lugar de para ayudarte con las tareas de la casa); o el pediatra que te espera en la consulta con la muestra de leche de fórmula y el consejo de que debe aprender a dormir solito cuanto antes, so pena de crearle un insomnio crónico en el futuro. Muchas son las barreras que nos encontramos las mujeres occidentales del siglo XXI para contactar físicamente con nuestras crías y establecer ese vínculo instintivo que tanto facilitaría el ejercicio de la maternidad, entre otras cosas porque facilitaría el establecimiento de una lactancia materna continua, sin barreras, fluida, instintiva, placentera y relajada.

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La segunda interferencia lanzada por el personal sanitario contra mi lactancia fue la normalización del dolor. A día de hoy me parece impresionante hasta qué punto hemos normalizado el dolor en un acto que debería ser pura y llanamente placer. Al normalizar el terrible dolor que sufría al dar de mamar me impidieron actuar contra él, ya que no lo pude identificar como una señal de que algo iba mal y, por lo tanto, no busqué solucionarlo a tiempo desde su origen. Tuvieron que pasar dos años y dos partos para que por fin buscara ayuda en un grupo de lactancia.

Sólo a partir del momento en el que empecé a estudiar seria y profundamente sobre este tema por mí misma, fui consciente de que todo por lo que había pasado no hubiera sido necesario de haber encarado las cosas de manera diferente desde el primer día. Dado que reaccioné tan tarde, ya nunca me animé a encontrar y visitar a un pediatra que identificara y tratara el supuesto problema con el frenillo de la lengua de mis hijos, porque para cuando yo ya había identificado este problema la lactancia del mayor ya había acabado, la del mediano estaba cercana a su fin y con el pequeño me decidí por un tratamiento “paliativo” a base de aplicarme lanolina en mis pezones agrietados durante el primer mes y medio o, más adelante, en las ocasiones en las que se me volvían a agrietar o yo sabía que estaba pasando una época estresante, especialmente si el niño se ponía malito.

‘La recuperación de la maternidad pasa por la recuperación de la lactancia materna ‘

A día de hoy me pregunto como hubiera reaccionado si hubiera sabido todo lo que sé ahora el día que me pusieron en brazos a mi hijo mayor y empecé a tener aquellos horribles dolores al darle de mamar. Si hubiera sabido que eso NO ERA NORMAL en absoluto y, lo que es más importante, QUE TENÍA SOLUCIÓN. Una solución que tal vez pasara por un pequeño corte en la boquita de mi niño, o tal vez no. Nunca lo sabré porque nunca enfrenté el problema como debía y en el momento que debía. A pesar de todo ya he aprendido a dejar de culpabilizarme (que palabra más fea) por los biberones de leche de fórmula que se tomó el mayor y he pasado a sentirme orgullosa de que, a pesar de los pesares, he pasado 9 años y medio dando de mamar. Me siento orgullosa de mí misma, muy orgullosa, porque tal vez no conseguí las soluciones más acertadas en el mejor momento pero, a pesar de todas mis limitaciones, encontré soluciones aceptables y seguí hacia adelante.

La necesidad de devolver mínimamente lo que el grupo de lactancia (en mi caso La Liga de la Leche)  me dio en su momento  hizo que me animara a ser monitora también. Quiero que cada vez más madres sepan lo que yo sé ahora, pero que lo sepan antes de tener a su primer bebé en brazos. Porque quiero que cada vez más madres tengan una lactancia hermosa, una lactancia  placentera, una lactancia en la que se sientan arropadas, informadas y bien asesoradas. Porque sí, porque es una pena que no todas lo disfrutemos pudiendo disfrutarlo y porque todas tenemos el derecho a tener esa oportunidad.

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Pero también por algo más.

Desde que nació mi primer hijo, guiada por mi propia experiencia personal y por la lectura de diferentes autores, he llegado a la conclusión de que a nosotras, mujeres occidentales del siglo XXI, nos han robado la maternidad. Esto empezó hace ya siglos, en el momento en el que nos empezaron a arrebatar a nuestros hijos tras el parto y nos rodearon de barreras que nos mantuvieran lo suficientemente alejadas de ellos como para imprimirnos a todos y cada uno de nosotros la herida primal. Y la guinda que ha coronado este proceso ha ocurrido estos dos últimos siglos, con el desplazamiento y desprestigio de la lactancia materna y la normalización de la lactancia artificial para alimentar a nuestras criaturas.

‘A nosotras, mujeres occidentales del siglo XXI, nos han robado la maternidad ‘

La ignorancia con la que yo llegué a mi primera maternidad no es excepcional. Preguntad por la calle, hablad con el personal médico, mirad a las niñas y a los niños jugando con sus muñecos bebes, mirad la televisión, las revistas para padres, el mensaje de la gran mayoría de los artículos y programas que tocan el tema de la alimentación de los bebés. Mirad la publicidad en la televisión, en las revistas. Mirad lo que contienen la mayoría de los regalos con los que salen las nuevas madres del hospital: como mínimo habrá uno o dos biberones y muestras de leche de fórmula, al menos de la de continuación.

Hemos llegado a un punto en el que amamantar a un hijo es excepcional. Lo normal es que antes del primer año el niño ya haya tomado biberones de leche artificial. Las recomendaciones de la OMS (lactancia materna exclusiva AL MENOS hasta los 6 meses, seguida de lactancia materna complementada con sólidos AL MENOS hasta los dos años y después todo lo que la madre y el hijo quieran) para muchos son recomendaciones dirigidas exclusivamente al tercer mundo, no para los ricos países del primer mundo que tienen la suerte de poder comprar la leche de fórmula.

La campaña antilactancia materna ha sido tan extraordinariamente potente durante este último siglo que, a día de hoy, a pesar de las importantes campañas lanzadas por los organismos de salud competentes, sólo un 25% de los bebes son todavía alimentados con lactancia materna a los 6 meses de edad.

En lo más profundo de mi corazón sé que la recuperación de la maternidad pasa por la recuperación de la lactancia materna. Empecemos a resucitar a la Madre amorosa, placentera, corporal y plena, y hagámoslo poniéndonos a nuestros hijos al pecho con placer, plenitud, libertad y felicidad. Y hagámoslo juntas, unidas, formando una red de madres que supere fronteras y generaciones y nos permita recuperar uno de nuestros bienes más preciados y casi perdido: la lactancia de nuestros hijos.

Es el primer paso, de muchos más, para recuperar un futuro para la humanidad.

 

[1] http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/. Base de datos de publicaciones científicas.
Fuente de las imágenes: Pixabay y la Liga de la Leche.